La conocí en eso del 2010, recuerdo con claridad que la veía caminar por
los pasillos de mi viejo colegio, la veía de lejos, de cerca y lograba contar en silencio cada una de sus pequeñas
pecas.
Era una de las más listas, los profesores la adoraban y
sus calificaciones eran casi perfectas, así como sus mejillas rosadas y sus
pestañas enormemente largas, creo que la amé desde que la vi por primera vez y ¡Maldita sea!… la sigo amando a pesar de los
años y de estas tantas relaciones con mujeres vacías.
Estoy seguro que nunca amaré a nadie como la amé a ella,
a mi primer beso, a mi primera vez, a mi primer insomnio, a mis primeras lágrimas
y es que debo confesar que no he llorado
por nadie más, ella fue mi primer amor, a la que le di todo, a la que besé en noches lluviosas y madrugadas frías, a la
que prometí amar por siempre y a la que terminé perdiendo… Ahora ella es solo un recuerdo, la veo únicamente en los más profundos sueños y en fotografías acompañada
de alguien más, ahora solo me abraza en
mi imaginación con esa misma sonrisa de cuando éramos unos adolescentes. A
veces recuerdo su voz diciendo que me ama, diciendo que estará a mi lado a
pesar del tiempo pero entonces ¿por qué no estás conmigo ahora?
Cuando estoy ebrio escucho “nuestras canciones” las que ya
reemplazó por otras nuevas, quiero
llamarla porque me sé su estúpido número de memoria, quiero saber cómo está aunque en
el fondo sé que la respuesta de aquella pregunta me derrumbaría aún más.
Me distraigo saliendo con mujeres, teniendo sexo para sentir un poco de algo, pero no es lo mismo, de hecho nada es lo mismo
sin ella. Algunas chicas dicen que me
quieren, que les soy interesante y quieren una relación formal, pero yo no
quiero, no quiero porque ninguna se
parece a ella, porque no tienen sus ojos
oscuros, ni su cabello, ni su dulce voz, no tienen nada de ella y duele, duele que sea tan jodidamente única y que no esté para contarme sus días.
Extraño verla dormir, extraño sus besos que detenían el
tiempo, extraño sus manos entre mi cabello
y su risa que enamoraba a kilómetros.
Sé que ahora está bien, sé que su nuevo amor la hace feliz, yo no soy feliz pero estoy bien y eso
me basta. Recuerdo que antes de irse me hizo prometerle que iba a ser feliz,
que algún día nos íbamos a encontrar por casualidad y entonces tendría que
invitarla a un café, aun no olvido sus promesas y tal vez en el fondo
de su alma ella aún no olvida las mías; pero ya no soy nada en su vida y ella es solo
el recuerdo más bonito de la mía.
Sigo conservando
sus cosas, sus cartas, sus fotos, las envolturas de cada chocolate que comimos y la imagen intacta de cada día que pasamos,
de sus celos, de sus manías, de sus errores, de sus “Quédate”, de la forma en
que sonreía, de sus miedos, su llanto, su cuerpo, su rostro, su perfume… nunca se irán del todo, ella nunca se irá del
todo porque una parte suya siempre estará conmigo.
La extrañaré toda
mi vida y me volveré a romper en pedazos cada vez que la vea de la mano con alguien
más, quizá éramos demasiado chicos para amarnos tanto…
No logro entender todo esto, pensé que la iba a olvidar
como olvido el nombre de cada mujer a la mañana siguiente, pero no lo logro ¡maldita
sea! las costillas siguen doliendo
cuando la veo en mis sueños y es que nadie sabe de ella, mis amigos no la conocen, mi madre no la recuerda y cuando alguien me
pregunta de su vida contesto con un
eterno silencio.
Nada cambiará después
de terminar este escrito, lo sé porque
es el texto número 24, nuestro número
favorito, el mismo número que ella
olvidó hace mucho y yo sigo recordando cada mes.
Dedicado a un amigo con el corazón roto, saldrás adelante
Juan.
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